PASTO Galería I Agosto 2022
Alguien puso en el agua sensuales peces como si fueran joyas. El río es el primer paisaje surreal, ese paraíso universal que funda a los pueblos y ofrece el cultivo de las más nobles virtudes para la continuidad de la vida. Manuel lo sabe, y más que eso, como un discípulo del Paraná, parece custodiar la liturgia del río. Sus noches, la humedad de las islas, los peces deslizándose —con esa facilidad tan sexy—, la sombra vegetal recortada en las orillas marrones. Brandazza crea seres de más de dos metros de alto, deidades mezcla de humanxs con bogas y pacús, sirenas enfundadas por Shiaparelli y los organiza para esta lujosa celebración.
Parampara continúa una serie de obras iniciadas el año pasado y que el artista expuso por primera vez bajo el nombre Muchacho del Paraná, una instalación mural que citaba a la icónica escultura de Lucio Fontana de 1942. Allí Brandazza absorbe, además del vínculo con la historia local, la atmósfera dramática actual. La obra respira un contexto signado por el ecocidio que se desarrolla en las últimas décadas en la región del litoral argentino y que ha provocado la bajante más grave del río en 77 años. Es, precisamente, la tensión entre la belleza de sus esculturas anacaradas con el barro, y la fantasía sensual que evocan esos cuerpos en medio de la realidad brutal, el dulce-amargo, como definió Ann Carson al eros, que crece en la obra de Brandazza y lo gobierna todo.
Entre la galantería de la fiesta y el tendido sacrificial del ritual, un cardumen matelaceado cuelga de anzuelos. De organza cristal y tafetán, todas cosidas con hilo blanco y perlas, cada pieza derrama una escena de río, son mantos que acusan un ritmo visual regional en el cual asoman las referencias a Juan Grela, Aid Herrera y Raúl Domínguez. Las costuras, líneas de dibujo aleatorias, a través de sus pespuntes nos guían hacia rostros, sexos y redes que se enlazan y camuflan, al igual que lo hacen las víboras. Como si fuera poco, estos seres además están cubiertos con joyas de barro esgrafiadas, cocidas y barnizadas. Cada una narra otra historia más, texturas escamosas forman ojos y pechos, la red de las pescadoras se multiplica como patrón y disuelve las figuras del fondo. Cuánta dedicación hay en grabar cada línea, verdaderos mensajes de amor. La belleza no encuentra reparos. Ostentosas y llenas de gracia, las piezas toman formas desde un gesto excesivo, y en ese gesto aparece el camp litoraleño.
En esta exposición, tal como lo viene desarrollando en el último año, el artista encuentra un poder integrador entre lo formal, lo poético y lo histórico en porciones precisas, en especial en lo referido al tiempo. Sería mezquino ver estos trabajos de forma aislada, aquí se condensa un largo recorrido proveniente del diseño textil y las efervescentes performances en la noche porteña de los años noventa, también resuena su residencia en Río de Janeiro rodeado de las hordas botánicas y el trabajo en la Escola do Samba Unidos do Viradouro a mediados de los años dos mil; incluso las nuevas percepciones que le trajo la práctica continua del yoga. Desde las fiestas en Ave Porco y El Dorado donde se gestó un arte performático fundamental para pensar la genealogía queer local; hasta su actualidad en Rosario, en su medioambiente afectivo natal, la obra de Brandazza se ha vuelto una corriente caudalosa de imágenes corpóreas. Corriente que se nutre tanto de las tradiciones surrealistas litoraleñas, como del universo de la música pop y de la visión de aquellos diseñadores de moda que fueron claves en el siglo XX como Gaultier, hasta de las comparsas brasileras, todo bajo la imperiosa necesidad del goce.
Para el hinduismo, Parampara es la expresión sonora que indica la trasmisión oral del conocimiento entre maestrxs y discípulxs, la forma en que la sabiduría circula. La labor de Brandazza parece consistir en recoger los atributos del Paraná y crear afluentes para honrarlo, tal como lo hicieron otrxs antes que él. Y no es cosa sencilla, desde ya, como cuando llega la crecida y la yarará sale de carnaval.