Galería El Gran Vidrio I Octubre 2020
Ingrediente de una pócima y símbolo ocultista, “Ojo de cabra” de Nina Kovensky ofrece actualizaciones al antiguo hechizo que envuelve la curiosidad por las imágenes, en especial aquellas cuya magia hambrienta persigue fugas, reflejos y rebotes. Nina es amiga de la plasticidad de lo real, se acerca a las representaciones desde el juego y, dando saltos con su atención, hace suyas atmósferas visuales que van de lo doméstico a lo epifánico.
Hay algo de aquelarre en Nina y obra, en su linaje familiar y artístico, en sus modos de andar en el arte siempre acompañada y como un imán atrae poesía, cables y cuerpos en múltiples interferencias urbanas. Esta exposición, que podría decir que es la primera individual que realiza en un formato estable y cuyas obras ha trabajado durante más de un año, se compone de series que dan cuenta tanto de ese andar como también de un momento creativo más concentrado.
Retratos de amigxs, familiares, colegas y desconocidxs son las primeras obras que nos reciben. Fotografiadxs con su teléfono, la artista se vale de un espejo circular para fijar esos encuentros. Este truco implica que ellxs no puedan verse así mismxs, Nina captura los rostros fugitivos. De “Selfins” (2019-2020) podemos ver esta breve selección de innumerable cantidad de fotos en las que se propone acercar el lado lunar de las personas y aún más, también cristalizar la red de afectos, reflejos y contextos que forman su gran sociedad del arte vivo. Porque aunque la tecnología siempre está presente en las obras de Nina, reducir su poética a la materialidad es, al menos, mezquino. Como nativa digital la artista asume de manera fluida el lenguaje hipermediatizado para apropiarse de sus cualidades plásticas y recrear otras sensibilidades más cercanas al misterio del espíritu humanx que a la crítica materialista de los flujos de información. Sus prácticas desean cultivar la alquimia de los sentidos y para ello elige el haz de luz que choca en una baranda, casi cualquier superficie brillante, teléfonos y rituales.
Como contrapunto, inmediatamente después de los retratos se observa la sombra de una mano. En escala de grises e impresa en papel afiche y encolada a la pared, la austeridad del montaje de esta pieza opera como memoria del gesto anterior. La sombra es un contra reflejo con mala prensa, pero aquí con una sola imagen basta para recordarnos que es efímera y personal, tan atávica como escurridiza. En cambio, en otra pared una turba de cámaras de vigilancia construidas con espejos zumban como insectos. “Realidad disminuida” (2018) fue expuesta por primera vez bajo la intención de referirse a la paranoia y el control social. En este nuevo contexto, y con un montaje diluyente de las funciones a las que aluden, las cámaras finalmente se abren hacia la paradoja. Un cielo tech con insectos voladores que sobrevuelan a una sociedad narcisista y en cuarentena. Cada bicho brillante nos devuelve la mirada, la apariencia se exilia de la importancia.
Continuando con sus trabajos previos, esta exposición concentra las exploraciones de Nina con el material espejado, y alienta un desplazamiento conceptual que se inclina hacia el carril de lo simbólico. “Pulmón de manzana” (2020) encarna la analogía pantalla-ventana tan protagónica de nuestros días. Al mirar desde su balcón cada noche presenció la secuencia de las luces de las ventanas de lxs vecinxs de su barrio, sus colores y escenas. Sin embargo, lo que ella recupera de esa visión es la temperatura del color y una desviada idea sobre el horizonte. Como portales, cada dibujo unido a un conjunto mayor construye un dinámico paisaje simbólico.
Hay un dicho popular que dice “ojo de loca no se equivoca” y quizás sea hermano de otro que subestima el carácter de las cabras. Con sus pupilas rectangulares, estos animales agudizan la vista para sobrevivir frente a los depredadores. La sensibilidad panorámica es una antena aguda, puede conectar puntos distantes del tiempo y del espacio. Las obras de Nina hacen algo parecido, conectan sucesos, ideas y emociones que le disputan al lenguaje de la técnica la ilusión del juego y la vibrante condición efímera de la imagen.