Remota Galería I Mayo 2023
Frente, perfil y relieve
Imaginen un volcán de harina triple 000 listo para recibir el líquido antes de convertirse en masa y movimiento. Imaginen ahora, que ese volcán es una escultura. Sí, familiar y efímera. Esta exposición podría comenzar trece años atrás con esta imagen, Roxana era artista y había sido madre en esos meses. Por entonces, sus colegas empezaron a viajar a residencias internacionales y ella decidió inventarse la propia, se fue con su bebé a Cafayate a la casa de su madre. Allí, cuál investigadora hizo un relevamiento de las prácticas poéticas del entorno doméstico, hurgó casi todo, y lo que no apareció en ese momento vino con los años, como suele pasar en las familias. ¿Escuchan? Ese es el sigilo de la siesta guardando los lastres. Pero volvamos al año 2010, de aquella incursión hacia su entorno primario salió una exposición que se llamó Arte familiar integrada por muchas obras, entre las cuales se encontraba una instalación compuesta por una jaulera de gallos para riña. Allí dentro podía verse la harina volcánica. Esta secuencia también nos dice algo sobre la obra que Roxana viene realizando a lo largo de más de dos décadas en el norte del país. Entre objetos y acciones, ella experimenta una destreza particular, la de domar un torrente de fuerzas personales con raíces profundas en la memoria histórica de su región.
Sus obras son catapultas. Rastrea entre lo cercano y lo lanza a un largo viaje. Es el camino el que se ocupa de cargarlo de herencias, como el oficio de su familia de panaderxs evocado más directamente desde el año 2019 y que; sin embargo, estaba presente desde antes. En esta muestra aparece en las monumentales esculturas Mango de pala (2023). Más de seis metros de madera petiribí entera, cada una de las piezas sale del corazón de un árbol, cada una con su prisma en el extremo donde podrían encastrarse las palas que se usaban en los viejos hornos de pan, aquellos que funcionaban al calor del carbón y eran del tamaño de un monoambiente. No hay exageración en la escala, no hay distorsión, ni surrealismo, estos mangos son realizados a medida de la memoria material del trabajo familiar y se presentan aquí con la densidad del hallazgo histórico y la emoción de la proximidad, ese doble frente que Roxana mantiene como constante en toda su obra.
Algo diferente pasa en la pared. Podemos intuir que la artista atacó la pulcritud con una herramienta. Se trata de una pica, un rodillo de madera compuesto por múltiples piezas de acero incrustadas, de aspecto medieval, maltrecha por los años, ese rodillo se utiliza en las panaderías para manipular la masa. Roxana lo usa para perforar el plano del cubo blanco de la galería, A mano alzada (2022) es una acción que libera una fuerza contenida, una voluntad enérgica entrenada con rigor. La performance de su cuerpo golpeando la pared tiene más que ver con un tipo de entrenamiento de resistencia que con el desborde. Entrenamiento, como el que hace a las siete de la mañana desde hace muchos años, alternando entre secuencias de ejercicios de alta intensidad y otros, de estiramiento y respiración profunda. En ese vaivén de energías divergentes, ella se especializa en gobernarlas, algo así hacen sus obras entre lo íntimo y lo social, entre su cuerpo y el territorio, entre lo conocido y lo incierto. En la galería, estas perforaciones funcionan como agujeros de gusanos en el espacio sideral: de este lado estamos en Salta y es junio del año 2023, del otro, hay seres viviendo un siglo atrás, hace mucho calor y el ambiente está tomado por una bruma de harina y ceniza. Entre madrugar y el cuerpo expuesto al esfuerzo se va modelando la práctica de Roxana, lo que viaja en el tiempo no es solo una imagen sacrificial, también es la confianza en la disciplina del ejercicio para empoderar su genealogía.
Después de una década de aquel montículo de harina, en el 2022, otro volcán aparece en el horizonte, una oda terrestre, el guerrero protector del pueblo lickan-antay: el Licancabur en el desierto de Atacama al norte de Chile. En el contexto de la Bienal de Arte Saco, Roxana desarrolló una serie de experiencias de campo, entre ellas, la acción registrada en el video Erupción (2022). La vemos paleando la arena que se dispersa y cae al suelo otra vez, y así, sucesivamente. Podemos ver cómo hace flotar la arcilla que cae como lluvia seca, me pregunto si así serán las lluvias en el futuro próximo. Un suceso mínimo en el medio de un sitio inmenso, como las riquezas que le son propias. Ella, con poco, una pala o un tridente señala un enclave histórico y un commodity al mismo tiempo. Pareciera que Roxana, a donde se mueve, lleva consigo la práctica autoconsciente propia de los conceptualismos de los años setenta, aquella de recursos austeros y cargada de simbolismo con toques heroicos. Sus imágenes crecen, paradógicamente, cuanto más volátiles son, inasibles como su sombra, nos ofrecen un reflejo lejano que brilla con urgencia en el presente.