Galería Gachi Pietro, mayo 2024
Pese al frío que hacía permaneció un buen rato de pie.
El color de todo aquello removía algo olvidado hacía tiempo.
Haz una lista. Recita una letanía. Recuerda.
Corman McCarthy
Mientras camina por la playa distingue la Capilla do Senhor da Pedra que se destaca por estar arriba de una roca al borde del mar. Construida en el SXVII en una villa cerca de Oporto, Portugal, la modesta iglesia desafía las embestidas del Atlántico. Sin embargo, lo que realmente llama su atención es la densa espuma que percude la arena. Como lenguas, las olas expulsan todo tipo de cosas, desde envases plásticos hasta restos de velas devocionales y cadáveres.
Lihuel era una turista más, pero lo que comenzó como un paseo en el año 2019 se convirtió en un método impreciso para conocer las ciudades, caminar sin destino, una herencia de los situacionistas en la década del 60. En sus derivas recoge imágenes y objetos que están fuera de servicio, como esos detectores de metales que se usan para despejar la arena de peligros. Aunque en la acción subyacen fuerzas contrarias: lo que el mar escupe, la ciudad lo centrifuga.
Las utilidades es una instalación que reúne un conjunto de hallazgos poéticos y materiales que la artista viene investigando en los últimos años. Entendida como una serie de episodios, esta exposición es la segunda experiencia luego de su paso por Francia en el año 2023, donde presentó “El principio y final de las cosas” en La Cité internationale des arts, basada en la observación e intervención de objetos encontrados en las calles de París. Ahora en Buenos Aires, durante las excursiones por la ciudad, se concentra en las recurrencias metropolitanas, en especial en aquellos elementos lo suficientemente pequeños para caber en su bolso o que los pueda cargar. Estos objetos abarcan desde restos industriales hasta utensilios domésticos. Una vez rastrillados, no interviene en sus formas o funciones, tampoco trata de encontrarles una sobrevida, más bien, parece que su tarea es la de construir nuevos recuerdos de aquello que es común a las ciudades. Común, pero no por eso de valor para la vida contemporánea regida por mandatos de utilidad o ganancia. Alguien definió a esto como el desierto de lo real. En este escenario, la artista parece salvar a la experiencia del olvido de la máquina del consumo. Una suerte de melancolía organizada. Es como si al imperativo “soltar”, ella lo enfrentara con amarres.
Entre fotografías de estudio y objetos generales, la instalación es un fragmento de la relación entre el paisaje personal y los urbanos. Retratos de pequeños materiales conviven con la rigidez de los trastos, creando un collage a la inversa. Lihuel trae a la sala los rastros de sus expediciones para hacer vivir las fotografías de su archivo emocional. Las relaciones materiales se tornan caprichosas como en la calle o en el cuartito del fondo. Una cáscara de banana al lado de un pedazo de mármol, metales de todo tipo sosteniendo una pluma, un vaso medio vacío, un vidrio sobre un bucle de papel, las cosas se reúnen por desvíos y pequeños desajustes que alimentan una sensación de inquietud, posiblemente cercana a la incertidumbre de deambular. En su peregrinar, camina, recolecta y pone en relación una cosa con otra en una secuencia perpetua de movimientos conducidos por una secreta creencia en el devenir. Como quien mira llover, con aceptación y asombro, cada vez. Quizás su desafío no esté en dirigir un nuevo curso a los sentidos, sino en mantener a flote la expectativa por los encuentros.
PH Registro Exacto