Galería Barro, marzo 2024
Curaduría Carla Barbero y Javier Villa
Todo alrededor parece volátil ¿Se podría generar un estallido suave, silencioso y gradual? ¿Es posible transitar la actualidad sin violencia? Venimos de un pasado arcilloso y tectónico, ¿y si el futuro fuera esponjoso? Allí donde las formas que nos rodean no representen amenazas, sino que se abran al cuidado y al ocio. Podríamos considerar que si conviviéramos con una nueva especie de formas y colores, nuestras emociones tomarían nuevos giros sensuales. ¿De qué modo estas formas torcerían nuestras subjetividades? Tal vez, lanzarse a esta fantasía abstracta sea precisamente eso.
En medio de su taller invadido por una gran nube de polvo, Nacha modela una visión armoniosa que integra y ablanda la tradición de la escultura moderna y sus elementos clásicos, como la gravedad, el peso, la autonomía y el volumen, con influencias de la cultura visual tecnológica. Algo así como esculturas modernas con cirugía plástica. En estas obras hay un poder sintético que acopla materiales de naturalezas opuestas, algunos orgánicos como la arcilla con elementos industriales, como el acero y la goma espuma. En esa relación de fuerzas los materiales operan como conceptos. Las figuras, lejos de fijar un sentido, se presentan abstractas y apenas sugieren movimientos o transformaciones. La estructura, la rigidez y la fijeza del hierro conviven con la textura de fantasía arcillosa y sus corazones de goma espuma, ese material asociado al descanso y al confort.
Durante más de una década, la artista ha explorado intensamente la arcilla, considerada tanto la primera como la última tecnología. Este recurso, a pesar de su ubicación en la superficie terrestre, encapsula en su masa inmensa información sobre el mundo natural. Además, tiene por delante una vida tan incalculable como sus destinos de uso. En esa corriente inmemorial y lejos de un trato solemne, Nacha explora el material con una voluntad lúdica, alejándolo de la cultura de la utilidad. Desde la serie de pinturas de pasta craquelada que pueden verse a los costados de la sala, esas que son como pequeños desiertos en una suerte de perspectiva invertida; a los relieves espumosos que anidan y parasitan la arquitectura en el fondo del cubo blanco; hasta la familia de esculturas de diversas escalas, tanto las protegidas al roce, como las liberadas al contacto, todo pareciera indicar que Nacha ha lanzado a las piezas a un proceso de mutación continua. Desprovista de personajes y narrativas, la abstracción modula estas formas blandas para convertirlas en entes. Podríamos decir que el óvalo, o algo así como una bola elíptica, es el principal elemento morfológico en la obra de Nacha que va transformándose. Tanto este cambio como la simbiosis entre las entidades y el entorno se percibe como un movimiento lento y espectacular, una condensación de masas que se despliegan para finalmente pulular en la sala. Allí donde no hay gravedad, las masas se atraen.
Hay otro aspecto importante de la obra de Nacha y es el refuerzo constante a los sentidos de la percepción, en especial el del tacto. La instalación que concentra a varias esculturas en el núcleo de la sala crea una distancia virtual con la realidad y con nosotrxs. Esa atmósfera rosa delimita un mundo que pareciera que les es propio y que, a nuestra vista, provoca el deseo de tocar. La distancia física nos desafía a través de la sinestesia. Podemos percibir la rugosidad de las grietas, recordar el sabor de los caramelos Sugus confitados o de los chicles globo de cereza, e incluso sentir el crujir, el criiic-craac al imaginar abrazarlos. No sabemos qué son aunque los deseamos.
Esta fantasía abstracta cultiva universalidad al mismo tiempo que un imaginario propio. Son entes que nos regalan dos grandes virtudes: su plasticidad y su capacidad de simulación. Es decir, tienen el poder de deformarse sin romperse, algo que recuerda a nuestra capacidad cognitiva para aprender y adaptarnos en la dificultad, como los cuerpos y órganos flexibles de la infancia. Y a su vez, observamos en las esculturas una apariencia oscilante: el volumen no refleja el peso y la supuesta fragilidad contrasta con una masa de espuma. Son señuelos que le hacen trampa al régimen sensible de la modernidad. Estas esculturas, como entes mixtos, encarnan la convivencia entre formas de existencias no sólo diferentes, sino también consideradas opuestas. En la abstracción fantástica, las fuerzas sensibles no crecen en el sentido de madurar, evolucionar o reproducirse; por el contrario, mutan cuando desandan las expectativas en la que el hombre alguna vez decidió separar en dos la experiencia: lo bueno de lo malo, lo femenino de lo masculino, lo natural de lo diseñado.
PH Flor Lista
ABSTRACT FANTASY
by Nacha Canvas
Curated by Carla Barbero and Javier Villa
The world around us seems so volatile. Might a gentle, silent, gradual explosion be possible to achieve? Can one make it through the present without violence? We come from a clay, tectonic past, but what if the future were spongy? A place where the forms around us aren’t threatening but instead embrace care and leisure. It might be that if we were to coexist with a new kind of form and color, our emotions would adopt new paths of sensuality. How do these forms affect our subjectivities? Perhaps that is precisely what plunging into this abstract fantasy means.
In the middle of a studio filled with a large cloud of dust, Nacha crafts a harmonious vision that integrates and softens the traditions of modern sculpture and its classical elements such as gravity, weight, autonomy and volume, with influences from the culture of visual technology. It’s something like performing plastic surgery on modern sculptures. These works have a binding power that brings together natural material opposites. Organic clay forms with industrial elements such as steel and foam. In these power relationships the materials act as concepts. The figures, far from defining meaning, appear abstract and merely hint at movements or transformations. The structure, rigidity and firmness of iron coexists with the fantastical texture of clay and hearts of foam, a material associated with rest and comfort.
For over a decade, the artist has intensively explored clay, which she considers both our first and latest technology. The medium, in spite of its location on the surface of the earth, contains within its mass information about the natural world. And lying ahead of it is a life whose length is as incalculable as its potential uses. Working as part of this immemorial current but avoiding solemnity, Nacha explores the material with a playfulness that keeps it separate from the culture of utility. From the series of cracked paste paintings visible on the walls of the gallery, which are like little deserts seen from a kind of inverted perspective, to the foamy reliefs that nest in and parasitically cling to the architecture at the back of the white cube, and the family sculptures at different scales, both those protected from contact and those that are freely available to the touch, the indications are that Nacha has set up her sculptures to mutate continuously. In the absence of set characters and narratives, abstraction defines these soft forms, converting them into entities. You might say that the oval, or elliptical ball, is the main morphological, evolving element in Nacha’s work. Both the change and symbiosis between the entities is perceived as a slow, spectacular movement, a condensation of masses that spread out and pulse across the gallery. Where there is no gravity, the masses attract one another.
Another important aspect of Nacha’s work is the constant reinforcement of the senses of perception, especially touch. The installation that groups several sculptures at the heart of the gallery establishes a virtual distance from ourselves and the rest of reality. The pink atmosphere defines a world unto itself, one that, when viewed, arouses a desire to touch it. Physical distance challenges us via synesthesia. We can feel the ruggedness of the cracks, remember the flavor of Sugas candy or cherry bubble gum or even hear the crunch, the crackle of an imagined embrace. We want them, even though we don’t know what they are.
This abstract fantasy cultivates universality as well as its own imaginative world. These entities offer us two great virtues: their plasticity and their capacity for simulation. That is to say, their ability to change shape without breaking, something that reminds us of our own cognitive ability to learn and adapt to difficulty like the flexible bodies and organs of childhood. We also observe within the sculptures an oscillating appearance, the volume does not reflect the weight while the illusion of fragility is undermined by the mass of foam. These are lures that deceive the sensory regime of modernity. These sculptures, as mixed entities, embody cohabitation between forms of existence that aren’t just different but considered complete opposites. In fantastical abstraction, sensory forces do not grow in the sense of maturing, evolving or reproducing, to the contrary, they mutate as they subvert the expectations created when humanity once decided to split experience apart: good from bad, feminine from masculine, the natural from the designed.