Alberto Goldenstein: La materia entre los bordes. Fotografías 1982-2018

Museo de Arte Moderno de Buenos Aires I 2018
Edición bilingüe español-inglés
Textos: Carla Barbero, Belén Coluccio y Lucrecia Palacios
Diseño gráfico: Eduardo Rey
Traducciones: Ian Barnett y Kit Maude

 Canto de sí mismo 

Yo me celebro y yo me canto, 

Y todo cuanto es mío también es tuyo […] 

Walt Whitman, Canto a mí mismo 

Cuando Alberto Goldenstein se cruzó con la fotografía de modo casual, la fuerza de ese encuentro tomó un cauce natural, en forma de rito ambulante y taciturno. Desde entonces, su obra traza un recorrido de más de treinta años, ineludible cuando se trata de pensar la fotografía contemporánea en la Argentina. 

Para esta primera retrospectiva, centramos nuestra investigación en dos puntos cabales de su práctica, que se articulan también con los ejes transversales de la exposición Alberto Goldenstein. La materia entre los bordes. Fotografías 1982-2018. 

Por un lado, el movimiento ambivalente de su mirada respecto de la temporalidad manifiesta una localización levemente pendular entre lo moderno y lo contemporáneo. Por el otro, la fotografía como estado creativo, como experiencia, constituye el programa estético al que Goldenstein se apega. Ambas características se condensan en una constante de su trabajo: su relación no unívoca respecto de lo real. 

I. El péndulo de Goldenstein 

Podría decirse que el sujeto de la fotografía de Goldenstein es su propia mirada, que mantiene esa relación con el tiempo que mencionamos anteriormente. En su obra, Goldenstein realiza leves maniobras que contienen una actualidad transversal, pero que no está abiertamente preocupada por ser contemporánea. Esta tensión toma forma en la figura del fotógrafo que él mismo encarna: entre el artista romántico, el paseante, el flâneur moderno y el artista actual, que presume de su ligera distancia de lo real. Para Goldenstein, la fotografía es el momento cuyo goce vertiginoso sucede en el encuentro con las formas urbanas. El artista hace aparecer esculturas públicas que siempre estuvieron a la vista de todos —pero que nadie reparaba en ellas—, trazados urbanos como dibujos, retratos de amigos y colegas, aunque también transeúntes desconocidos, vidrieras desangeladas, cartelería comercial con las más diversas tipografías. Lo suyo no es tanto una apropiación como una transformación de aquello que mira. En sus imágenes asoma la impronta solitaria de la vida moderna, la nostalgia frente a las formas, el gusto por los avatares del progreso. Si bien estos son tópicos que refieren a los grandes temas de la fotografía, es en el modo particular en que las construye donde opera su transformación, rozando lo real en su dimensión más leve. 

Las características de sus obras se centran en la rigurosidad de su programa, al que ha empujado siempre hacia un vaciamiento de los mandatos técnicos tradicionales. Su aporte, en este sentido, ha sido perseverar en sus encuadres ligeramente inclinados, sus composiciones inarmónicas, el uso plástico del color, la gran profundidad de campo, todos recursos que pone a disposición para revestir sus imágenes de un aspecto aficionado. 

Otra de las claves para leer la obra de Goldenstein es la desjerarquización. Sus fotos expresan un ideal democratizador de la visión, herederas de la tradición estadounidense, que ha sido nodal en su formación como artista, ya que estudió en la ciudad de Boston durante los primeros años de la década de 1980. Pero esa utopía de no admitir jerarquías no obedece a que pretende igualar para uniformizar u opacar el brillo de cada cosa, sino todo lo contrario: se trata de un gesto que amplifica el resplandor de lo singular, sin preocuparse por los cánones de belleza que, en los diferentes momentos, han regido el gusto. 

Así, sus imágenes descansan en una certeza: su mirada se erige como evidente y trivial, una relación poética con el mundo que se da desde una aparente llanura. 

II. Exposición a la luz 

Goldenstein construye sus fotografías a partir de su vivencia en las ciudades y del paisaje urbano que tanto le fascina. Pero esta relación con el entorno es íntima y, a la vez, indiferente a la pura representación. Una imagen de un mandarino aspira a ser sólo eso y esquiva el relato acerca de lo que ocurre con el árbol o con el contexto donde se hizo la toma; mucho menos quiere aludir a la carga que podría tener para sí. En general, no hay intención de contar una historia, ni de armar puestas en escena, aunque su expertise sea la de modular con más o menos rigurosidad esas intenciones. 

Sus obras socavan los sentidos literarios e ilustrativos de las imágenes; en ellas abstrae algo de la realidad, la mayoría de las veces cosas insignificantes o que pasan inadvertidas. Persigue la foto única, que constituya una síntesis, que alcance un alto grado de iconicidad. 

En muchas de las entrevistas que se le han realizado a lo largo de su carrera hay una pregunta que suele repetirse: ¿Cuál es su desafío? Con el paso del tiempo ha dado ya distintas respuestas, pero hoy Goldenstein responde: “En los ochenta quería ser artista fotógrafo; en los noventa fotógrafo entre artistas. Hoy sólo quiero ser un gran fotógrafo. Hoy el fotógrafo no está en la foto que hace, sino en el espacio entre una y otra, en el tránsito de una a otra. En el ‘entre’”. 

En Alberto Goldenstein. La materia entre los bordes. Fotografías 1982-2018 intentamos ser exhaustivos al exponer una gran cantidad de obras de diferentes períodos; también nos propusimos acentuar su tono, ese frágil equilibrio entre lo poético y lo indicial. 

Además de aventurarnos en su archivo, nos sumergimos en su forma de trabajo: una modulación entre movimiento, observación e intervención. Para ello, trabajamos en dos temporalidades: un pasado, que se actualiza con la revisión de su archivo, y un presente, que se abre a nuevas posibilidades de producción. 

Asumimos el riesgo de mostrar nuevas ediciones de sus series más conocidas, para lo cual intervinimos en las configuraciones originales de trabajos históricos y recientes. El tiempo adosado a sus imágenes es vital: mientras más descansan las obras, de más valor se cargan, y la posibilidad de modificarlas es inherente a ese tiempo rizomático que tienen sus fotos, lo que permite ir y venir con fluidez por distintas épocas y series. . Esta exposición excede el reconocimiento de sus valiosos aportes al campo artístico local. Sin duda, Alberto Goldenstein. La materia entre los bordes. Fotografías 1982-2018 se vuelve una oportunidad para seguir experimentando. Para esta muestra, Goldenstein repara en la dimensión material y espacial de las imágenes y propone algo no habitual en su trabajo: avanzar en una puesta situada para sus obras. 

III. Desvelo americano 

Goldenstein se acerca a la fotografía de modo fortuito en su juventud, cuando en 1978 se compra una cámara y viaja a Europa. A su regreso, comparte sus aventuras con su círculo familiar y algunos amigos, a quienes les proyecta las diapositivas. Esta escena doméstica es la perfecta postal de un rito social que, por cierto, se renueva con los dispositivos actuales. La caverna de Platón no tiene fecha de vencimiento; con las imágenes ya no sólo se comprende el mundo, sino que se construye experiencia, se crean realidades. Hasta aquí todo es corriente: una reunión con conocidos, el proyector encendido en una sala oscura, las fotos del viaje en la pared. 

Un hombre mayor con una relación no muy estrecha con Goldenstein que está presente en el encuentro le aconseja que haga “algo” con “eso”, lo que resulta un envión que se convertirá en un movimiento intempestivo. Con la fuerza de toda promesa de vida nueva, en los inicios de la década de 1980, Goldenstein deja sus estudios de Economía, vende sus pertenencias y se va a vivir a Boston. Quizás este gesto asoma también en sus imágenes, imprevisibles y un tanto enigmáticas, “gatunas” como dice su amigo Marcelo Pombo.(1) 

En 1981 comienza sus estudios en la New England School of Photography de Boston y asiste a los talleres y seminarios de Joel Meyerowitz, Jerry Uelsmann y John Szarkowski. Allí advierte que quiere ser un artista fotógrafo y su búsqueda se funda en ese vertiginoso momento personal: “Todo era tema; me estaba inventando una vida”. Y esa vida es atravesada por el contacto con las obras de los grandes maestros de la fotografía como Walker Evans, Eugène Atget, Lee Friedlander. 

Estas influencias sobrevuelan su serie “Americanas” (1982-1983), como si ampararan al joven artista que llega hasta ahí para dar un salto al vacío. Realizada en blanco y negro, esta serie es el comienzo de una larga relación con la historia de la fotografía y con la historia del arte. Goldenstein deambula por Boston y encuentra en esta ciudad sus aspectos menos gloriosos. Es un artista que confía en su mirada ralentizada, como una forma de posicionarse ante la velocidad del progreso, un andar a contrapelo. Ese Goldenstein moderno que aparece en “Americanas” se encuentra en su estadío más inocente. Pero allí también asoman temas que serán recurrentes a lo largo de toda su carrera: los museos y las dinámicas de los visitantes, la relación entre figura y fondo tan propia de la pintura, la cartelería urbana y sus letras de molde, las tipografías brillantes o derruidas que muchas veces actúan como fondo de una escena, los íntimos retratos de colegas y amantes, los monumentos públicos que parecen cobrar vida gracias a su mirada, la arquitectura urbana como un compendio de esculturas, las formas y los volúmenes, el autorretrato y las escenas cotidianas, algunas diáfanas y otras levemente irónicas. La obra de este período se centra tanto en sus temas como en su modo de abordarlos. Por aquel entonces, comienza a pensar en la fotografía como experiencia y en los retratos como encuentros, donde no es el rostro de su amigo sonriendo ni la joven pecosa sobre una cama lo que retrata, sino su relación con ellos. 

A partir de este primer trabajo aparece como revelación su particular forma de componer el encuadre; aquello que decide dejar adentro o afuera de cada foto, lo que materializa el borde. Se trata de una condición que va ganando protagonismo a lo largo de su carrera y que, con el tiempo, se radicaliza. El borde se convierte en su órbita. 

IV. El álbum del arte 

Cuando regresa a Buenos Aires en 1983, el panorama de la fotografía en la ciudad es bien diferente al que experimentó durante su formación. Esta vez, su movimiento es sometido a la fuerza de la inercia en una escena en la cual se siente incómodo y un tanto desconcertado. Su modo de responder a los cánones formales de la fotografía de ese momento fue la desobediencia. Sus particulares encuadres inarmónicos e inclinados, el uso gráfico del color y la desjerarquización de los grandes temas son las claves por las que sus imágenes se diferencian de la fotografía que se realizaba por entonces, cargada con el peso de los mandatos formales e ideológicos del documentalismo y, en especial, del fotoperiodismo. 

A partir de ese momento, Goldenstein se propone generar el medio propicio para el desarrollo de sus intereses. Comienza el diálogo con la tradición de la fotografía local y lo hace con acciones que habrían de ir en otra dirección y que hoy podemos entender como un movimiento que contribuyó a la renovación del campo. Su curiosidad como artista lo acercó a la escena de las artes visuales y, desde entonces, el artista es una presencia movediza que recuerda la frontera lábil que hay entre la fotografía y las artes. Su ambivalencia, no por mera casualidad, es cara a las discusiones ontológicas de la fotografía. Goldenstein insiste de manera escurridiza en relacionarse con las categorías y esa característica es una referencia para comprender el desarrollo de la fotografía contemporánea argentina. 

Su fidelidad a su propio estilo a lo largo de más de treinta años ha marcado un horizonte estético que es, al mismo tiempo, el mandato de sus referentes , en especial, Lee Friedlander : se puede fotografiar como se ve. En esta idea anida una visión utópica del arte como un espacio de inclusión, un medio de intervención sobre los sentidos corrientes del mundo. Su mirada se convierte, así, en un bastión poético y ético que traslada a su labor como docente y curador dentro de la escena artística de Buenos Aires, donde habilita espacios de interlocución específicos para indagar en la práctica fotográfica artística durante la década de 1990. Tal es el caso de su taller de fotografía, que coordina desde 1991, y de la Fotogalería del Centro Cultural Ricardo Rojas, dependiente de la Universidad de Buenos Aires, un espacio que fundó en 1995 y del que fue su curador hasta el año 2013. La sinergia entre la Fotogalería y la Galería del Rojas —coordinado por Jorge Gumier Maier entre 1989 y 1996 y por Alfredo Londaibere entre 1997 y 2002— fue central para la aparición de un desarrollo continuo de experimentación con la imagen. 

Un pasaje especial de esta exposición es la selección de casi 200 fotografías bajo el nombre de una de sus series más reconocidas, “Mundo del arte” (1993), y que fue exhibida por primera vez en el Centro Cultural Ricardo Rojas ese mismo año. Está compuesta por retratos de sus amigos artistas realizados en Buenos Aires durante los años noventa. Al momento de hacer estas fotos, Goldenstein no las consideraba parte de su producción artística; sin embargo, en la actualidad, conforman un invaluable archivo afectivo y dan cuenta de la atmósfera cultural que imperaba desde finales de la década de 1980 hasta el año 2000. Son reuniones sociales en talleres y casas de artistas, en el bar Bolivia o en el Centro Cultural Ricardo Rojas, algunos de los espacios que formaban parte de un ambiente artístico vivificante. 

La relación que Goldenstein tiene con el retrato como género es curiosa. Para él, El retrato no sólo ocupa un lugar central en la historia del arte sino, que además es el cénit de la fotografía. Por esto es su mayor desafío, lo que más disfruta, y a la vez lo que más lo incomoda. En esta serie, la amistad y la admiración es el salvoconducto para el desafío mayor: construir su mundo. 

En Alberto Goldenstein. La materia entre los bordes. Fotografías 1982-2018 se amplía la serie original al incorporar material inédito y acercarnos así al contexto que dio origen al trabajo. Estas fotos fueron producidas atendiendo al diálogo entre figura y fondo: cada retratado posó en un ambiente que Goldenstein eligió como metáfora de sus propias obras, como un juego de camaradería e interlocución. 

En estas fotos hay vínculos mediados por el afecto y la admiración hacia sus colegas. Por entonces, el grupo de artistas que aparecen en sus fotos estaba muy lejos de ser el canon visual del arte argentino. Al nombrarlos como “mundo del arte”, Goldenstein estaba creando ese mundo y transmitiendo que su valor se gesta en lo íntimo. Esta operación es parte de su obra y se relaciona también con una idea inclusiva y de transformación social del arte; una visión utópica y moderna que, en este contexto, se traduce, paradójicamente, como un mojón de la contemporaneidad. Allí están Marcelo Pombo, Graciela Hasper, Jorge Gumier Maier, Miguel Harte, Omar Schiliro, Pablo Siquier, José Garófalo, Ariadna Pastorini, Oscar Bony, Alfredo Londaibere, Martín Di Girolamo, Alejandro Kuropatwa, Sebastián Gordín, Guillermo Kuitca, Rosana Fuertes, Daniel Ontiveros, Cristina Schiavi, Alberto Passolini, Fernanda Laguna, Feliciano Centurión, Patricia Rizzo, Sergio Avello, Marcia Schvartz, Roberto Jacoby, Pablo Suárez, Raúl Escari, Kiwi Sainz, Alicia Herrero, Benito Laren, Cecilia Pavón, Mariela Scafati, Elba Bairon, RES, Magdalena Jitrik, Marcos López, Laura Batkis, Alejandro Bengolea, Gustavo Bruzzone, Santiago Bengolea, Rafael Cippolini, Raúl Flores, Ruth y Orly Benzacar, Alessandra Sanguinetti, Liliana Maresca, Lux Linder, Rosana Schoijett, María Moreno, Miguel Mitlag, Carla Tintoré, Batato Barea, Daniel Molina, Guillermo Bueno, Fernando Noy, Alfredo Prior, Alejandro Ros, la Markova, Juan José Cambre, Deborah Pruden, Gary Pimiento, Daniel Joglar, Pablo Pérez, Sara Facio, Carlos Luis, Gerd, Gabriel Mariansky, Daniela Pellegrinelli, Ana López, Jane Brodie, Facundo, Selva, Leo Battistelli, Nicolás Guagnini, Neiber, Francisca López, Marula Di Como, Sergio De Loof, Nicolás, Gustavo, Beto Botta, Cristian Dios, Amaya Bouquet, Luciano, Ricardo Badíí y Ana, Rodolfo Prantte y Nelson, José y Luisa Goldenstein. 

V. Profundidad de campo 

Alberto Goldenstein fotografía desde una pulsión que incluye movimiento. Del mismo modo afronta la ausencia de estímulos: siempre viajando. En mayo del año 2000 decide repentinamente viajar a Mar del Plata sólo con una intuición a cuestas y sin otra premisa que la de deambular por los balnearios, a los que no volvía desde niño. En sus recuerdos es la imagen de aquella ciudad de veraneo, que había sido la preferida de la clase media con aspiraciones aristocráticas. Vuelve en noviembre del mismo año, cuando comienza la temporada turística. Sin tener conciencia sobre las tomas que hace, el tiempo juega otra vez a su favor. Al trabajar con una cámara analógica y esperar el revelado de los rollos de película, los días hacen lo suyo. Para su sorpresa, la forma que toma aquella intuición es un tipo de fotografía diferente de las anteriores. Ese afán ambulante se avizora con una intensidad particular: la de concentrar sus esfuerzos en una dirección. 

La nueva selección realizada para esta exposición es una variación posible de la serie original, donde no falta ni la escultura del lobo marino, ni la muchedumbre en la playa, ni la soledad del invierno. Es que, de todas las ediciones posibles, hay una que es previa y es la de su mirada. 

“Mar del Plata” (2001) es un retrato de la ciudad balneario que se ha convertido en una referencia inevitable y es también el primer trabajo que realiza en formato de ensayo. Esta serie representa un vórtice creativo: su capacidad de transformar lo que mira a fuerza de intuición, el movimiento dislocado y su habilidad para detectar el brillo en lo que parece no tenerlo. La materia de su mundo creativo se instala con comodidad. 

VI. Resplandor y después 

Así como Goldenstein afirma que la fotografía lo encontró a él, el fulgor de las cosas pareciera activarse a su paso. Quizás es su andar lo que enciende la ciudad de Buenos Aires, donde ha vivido la mayor parte de su vida. Una ciudad que su mirada registra como quien sacude de su prolongado letargo a las esculturas públicas, a las esquinas perdidas y a las sombras del microcentro. Cada foto es un fragmento, una circunstancia que habla del movimiento del artista en la ciudad. Las 24 fotografías reunidas para esta exposición pertenecen a su clásica serie “Flâneur” (2004), pero muchas otras son inéditas y comprenden un amplio período de su producción, de 1988 a 2017. 

En esta serie es posible considerar otra característica de su trabajo: cada foto es un universo en sí mismo y, al mismo tiempo, es un fragmento de algo mayor que insinúa su continuación hacia fuera de los límites del encuadre. Ese sujeto en movimiento de pronto se detiene y mira. Ésta es la versión propia que Goldenstein hace de la figura del flâneur: un sujeto atraído por el color que la luz es capaz de reflejar, aunque sus fotografías se parezcan más a imágenes rotas que a las “bellas” composiciones armónicas. Fueron tomadas desde arriba de los colectivos, caminando, subido a una escalera para cambiar el punto de vista, de noche y de día… y en todas las estaciones del año. 

“El color distrae”, le dijeron cuando llegó a Buenos Aires y nunca un mandato le habría sonado tan paradojalmente revelador. Mientras intenta encauzar su práctica incomprendida, aquella frase orientaba la concepción de la fotografía monocromo como la única que podía alcanzar el status de las bellas artes. “El color distrae”, le dijeron. Y hacia allí fue. 

VII. Las ciudades visibles 

Entre sus trabajos más recientes se encuentran las fotografías de grandes metrópolis que Goldenstein recorrió entre 2010 y 2017: Berlín, Londres, París y Miami. Cada foto-fragmento refuerza su espíritu cosmopolita y conserva el asombro original. 

En esta muestra se intervino sobre el material. Se realizó una selección que refuerza las otras series y la idea que sostiene el propio artista cuando dice que no puede señalar una serie como su preferida, ya que una se asienta sobre la otra. 

Volviendo al concepto de desjerarquización de los temas, en estas fotos se hace evidente cuánto más importante es la trama que tejen todas las imágenes en un sentido plural que sus particularidades. En el trazado general de su obra no hay un movimiento centrípeto en Goldenstein, sino una idea rizomática. Se podría pensar que tal idea es otra forma del tiempo en sus fotografías: un tiempo arremolinado que se subraya mediante el tratamiento del color, y en especial, el cambio de escala que arriesga en esta muestra. El tamaño de sus anteriores fotos expresa una dimensión material concreta: las copias deben caber en su auto. Es de imaginar que el gusto por deambular implique la destreza de hacer la travesía lo más funcional y cómoda posible. 

VIII. Viaje a las estrellas 

“Miami” (2018) es una serie de fotografías digitales en torno de las ferias de arte, en formato de revista. Es el trabajo más reciente de Goldenstein y se expone por primera vez. Con esta serie se inaugura un pasaje nuevo en su carrera, que puede leerse en una doble dirección: hacia dentro de su práctica, por el tipo de composición fotográfica, y hacia afuera, por la forma de mostrarlo. 

“Me tiré arriba de las cosas”, afirma el artista y con el cuerpo expresa algo que en estas fotos se ve y es su condición reactiva al entorno. Además de su trabajo con el color, que es característico de su obra, se percibe un cambio en la distancia, tanto física como óptica, de mayor acercamiento a los objetos y escenas. Hay una ruptura del espacio que media entre las cosas y el artista y, en ese sentido, su obra adquiere otro ritmo. 

Este trabajo recupera con énfasis su fascinación por los espacios donde circulan y se exhiben obras de arte. También se permite trazar puentes con artistas que admira, como es el caso de la fotografía que incluye una obra de Cindy Sherman (2) mientras dos personas se saludan o la escena en una muestra de Robert Frank (3). Estas composiciones mantienen en sus planos una relación de ironía que subyace en su obra, aunque no está expresada abiertamente. 

El formato revista destaca el carácter gráfico y el espíritu serial vinculado a la idea de consumo, a la vez que materializa un cambio respecto de sus muestras anteriores con fotografías expuestas en la pared. Aquí crea una situación inédita en su trabajo tanto por el contenido visual, como por el espacial y material. 

IX. Promesa 

Goldenstein identifica tres etapas en el desarrollo de sus obras, sean ensayos o piezas solitarias. A veces es muy puntual, una imagen que, como un destello, aparece en su pensamiento y que él no se detiene hasta encontrarla. Cuando se trata de un ensayo, en general viaja y, cuando llega a destino, focaliza su concentración y dedica un tiempo intenso para realizar las tomas. Se extravía, necesita alojarse en ese estado sin rumbo, y se libera de las ideas originales o previas. Sucedida la experiencia, deja descansar el material y ese reposo puede ser de días, meses e incluso años. Tiempo después edita las fotos con una nueva perspectiva, ni la idea primaria ni el recuerdo de la experiencia, liberándose del peso de una memoria a la que no le exige verdad alguna. Cada etapa es independiente de la otra y trae aparejado un modo de conocimiento que no sería el mismo si se alterase. Ésta es la cadencia de su labor. 

En un intento por generar una recomposición estructural de su archivo, tres fotos completan la visión panorámica de la obra de Alberto Goldenstein. Selva #1 (2007), Selva #2 (2014) y Mandarino salvaje (2005) son tres obras solitarias que relacionan al artista con los antecedentes naturalistas de la fotografía, para cuyos exponentes el paisaje era el lugar privilegiado donde el hombre puede pensarse. 

La fotografía para mí es una ficción acerca de lo real. Por la razón que fuere, que el público se quede un ratito mirando, es lo único que puedo pedir. A la Fotografía, con mayúscula, espero darle cierto amor, sostener su valor erótico, su sensualidad como lenguaje y experiencia, mantenerla viva.(4) 

1 La cita se refiere a un comentario que Pombo realizó en el marco de la presentación del libro Goldenstein (Buenos Aires: Adriana Hidalgo) en las instalaciones de la Fototeca Latinoamericana, en septiembre de 2017. 

2 Cindy Sherman (Nueva Jersey, 1954) es una artista que ha utilizado el medio fotográfico y su propio cuerpo como herramientas centrales de su obra. 

3 Robert Frank (Zurich, 1924) es un destacado fotógrafo que desarrolló su carrera en Estados Unidos y es una referencia del nuevo documentalismo que surgió en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. 

4 Todas las citas y referencias textuales de Alberto Goldenstein fueron extraídas de sucesivas conversaciones entre el artista y la curadora.